Fernando Zea |
Crónica Archivo 3 de Dian@, Septiembre del 2002. |
Cada ser humano es único e irrepetible, dueño de una historia personal que va escribiendo diariamente, cargado de subjetividades que filtran la realidad que le rodea, de sentimientos con los que expresa su sentir ante esa realidad, de actitudes que le permiten afrontarla y de posibilidad de acciones que le permiten modificarla. Este ser humano tan maravilloso y complejo por sí solo, puesto en un crisol junto con sus semejantes y forjado al calor de las relaciones con ellos, es capaz de transformar y transformarse, aunque no siempre de la mejor manera.
El ser instructor de banda de guerra o escolta, y VIVIR dentro de una comunidad educativa, es ser testigo de la metamorfosis de un ser humano llevada a cabo en ese capullo al que llamamos escuela.
Sin embargo, al instructor no debe bastarle con ser testigo, pues él mismo es también parte de ese capullo y responsable de esa metamorfosis. Sabemos que de algunos capullos nacen criaturas de bellos colores y de una natural belleza inigualable por el hombre; pero también sabemos que de otros nacen seres carentes de color y gracia. Llevando esta comparación hasta nuestra instrucción a manera de salón de clase, el ser instructor de banda de guerra y escolta, y también educador, es SER RESPONSABLE del producto de ese capullo que nos ha sido encomendado. Es una labor que requiere mucho trabajo, dedicación y responsabilidad; pero que también, cuando los capullos maduran y abren, trae consigo infinidad de alegrías y satisfacciones.
Siendo pues el educador parte tan importante en el resultado de esta metamorfosis, debe de preocuparnos el saber como se va llevando a cabo y como la afectamos directa o indirectamente, reconocer cuándo somos sólo testigos de esa metamorfosis y cuándo somos transformadores, elementos generadores de cambio. Decir algo o callarlo, hacer algo o no hacerlo a la vista de nuestro capullo, afecta su desarrollo.
Esa metamorfosis, a la que llamamos EDUCACIÓN, exige un poco de arte y un poco de ciencia por parte del instructor de banda de guerra y escolta. Por otro lado, también debe tener o debe desarrollar un don para la enseñanza, el deseo y la capacidad de crear nuevas formas de enseñanza, estrategias nuevas de enseñanza, que no formaban parte del repertorio propio.
Ser instructor de banda de guerra y escolta, es perseguir niveles de excelencia a través del mejoramiento continuo. Y esto debe no sólo quedarse en las palabras, sino debe convertirse en un saber más para poder enseñar más, en un preguntar más para poder contestar más, en un hablar menos para escuchar más al alumno, en un ser más para poder dar más.
¡Feliz regreso a clases compañeros maestros instructores.!
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