Por el Tte. Cor. de Inf. Erwin José Martínez Sierra
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Crónica Archivo 3 de Dian@, Septiembre de 1999. |
Por el Tte. Cor. de Inf. Erwin José Martínez Sierra
Recopilación: Sofia Karina Rodríguez
Son las 0400 horas del 23 de noviembre de 1992, el vigilante de cuadra del cuarto turno ordena: ¡arriba el personal que va a saltar!, nos levantamos y revisamos el equipo que vamos a ocupar para llevar a cabo las prácticas de salto de paracaidismo militar, yo, en esos momentos me sentía poco emocionado por la experiencia que estaba a punto de sufrir en la zona de salto de la Base Aérea Nº "UNO", de Santa Lucía, Méx.; después del levante, fuimos conducidos por el oficial de cuartel al comedor del Heróico Colegio Militar para tomar un desayuno ligero que consistía en una taza de café y un pan dulce; ya dentro del comedor, observé las distintas expresiones de los rostros de mis compañeros; unos reían, otros se encontraban serios, pero eso sí, todos convencidos de que lo podíamos hacer; seguramente todos nos concentrábamos en el salto que llevaríamos a cabo en unas cuantas horas.
Son las 0500 horas, nos encontramos formados frente al Escuadrón "Ignacio Allende" para pasar lista de presente y las consabidas revistas, tanto médica, como de armamento y equipo; a las 0530 horas abordamos los vehículos en todo orden y con decisión, y así, abandonamos aquel "templo de honor", para enfrentarnos a nuestro destino.
Son las 0730 horas, alguien dice...¡ya llegamos a Santa Lucía!, por un momento, todos callamos, pero alguien rompe el silencio con una arenga propia de las aerotropas; todos, como uno solo, contestamos a todo pulmón y unos y otros nos contagiamos de la energía que el momento requiere; por fin, nos encontramos ante la cercanía de esa nueva y maravillosa experiencia, observamos a nuestro alrededor y nos percatamos de la amplia llanura que enmarca este lugar, algunos compañeros hacen comentarios, otros callan y en su rostro se adivina el temor, pero también el firme deseo de vencerlo; momentos después bajamos de los camiones e inmediatamente nos trasladamos al área donde prepararíamos el equipo y abordaríamos los aviones, pero antes dimos un pequeño paso veloz por las pistas de carreteo para calentar tobillos y piernas.
Al llegar a la altura del "cementerio" de las aeronaves, el instructor ordenó romper la formación, con la finalidad de que acudieramos a "tirar el miedo", el mismo instructor, ya pasados unos minutos, ordena que nuevamente nos reunamos y nos exhorta por enésima vez a que pongamos todo nuestro esfuerzo y que antepongamos esa fibra que caracteriza al cadete del Heroico Colegio Militar, que pongamos en práctica todo lo aprendido durante el adiestramiento, indicándonos que la fuerza de voluntad y la condición física son nuestros mejores aliados en el reto que estamos a punto de enfrentar, nos convence de que nadie va a resultar lesionado, que todos terminaremos nuestros saltos "sin novedad", los instructores hablan con tal seguridad , que no cabe en nosotros la menor duda de que así será.
Nos organizan frente la comandancia del 57o. Grupo Aéreo, lugar hasta el que llegan los vehículos que transportan al personal de la sala de doblado de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, e inmediatamente procedemos a recoger nuestro material de salto...los maestros de salto proceden a pasar revista...los aviones se aproximan para que procedamos a su abordaje.
Mi grupo de salto, es el número uno, mi número, el seis; el maestro de salto ordena que nos dirijamos a abordar el avión; ¡mi pulso se acelera!; ¡siento que el corazón se me quiere salir del pecho!; las piernas se me aflojan y comienzo a sentir temor; este aumenta cuando el avión enciende sus motores; pero entre toda esa lluvia de ideas pienso que debo tranquilizarme para hacer mejor las cosas.
Son la 0930 horas, el avión toma dirección hacia la pista...los motores a su máxima aceleración, entonces siento que una extraña fuerza ejerce presión sobre mi, pero el maestro de salto me vuelve a la realidad ordenando...¡posición de emergencia!; no pasan más de dos minutos cuando pude ver por la puerta como el avión se alejaba de la superficie y con esto, el temor y la emoción van en aumento; fue entonces cuando recordé que era la primera ocación que surcaba los aires en un artefacto de esa naturaleza desafiando las leyes de la gravedad; podía ver como las cosas, la pista, los aviones posados en tierra, las personas, todo se alejaba de mi y lo veía más y más pequeño, y para darnos ánimo, entonamos las "porras" que habíamos aprendido durante el entrenamiento. Todos esperabamos ansiosos que nos levantaran para efectuar ese que sería, nuestro ¡primer salto!; pero pasados algunos minutos, el avión volvió a tierra; el salto se había suspendido porque el viento corría a más de 8 nudos, demasiado para un salto en paracaidas y más cornoveles; la frustración que sucedió al temor, fue más grande: nosotros deseabamos bajar en paracaidas y no en avión...ya nos habíamos preparado.
Ya en tierra, la historia se repitió, entregamos nuestro material de salto y procedimos a abordar los vehículos que nos condujeron a la unidad en la que quedaríamos alojados para esperar el momento en el que se llevaría a cabo un segundo intento, guardando muy internamente la esperanza, de que al próximo tendríamos mejor suerte y el tiempo estaría de nuestra parte.
Es martes 24 de noviembre, son las 0800 horas, nos encontramos nuevamente en la zona de embarque, recogemos el material, lo preparamos y nos lo colocamos.
Son las 0830, abordamos la nave, se encendieron los motores ¡el avión toma pista!; ¡acelera y toma gran velocidad!; el maestro de salto, paracaidista experimentado, de aspecto adusto, pero que transmitía gran seguridad y mucha confianza, ordenó adoptar la posición de emergenci y posteriormente, recuperarse...¡ya estábamos en el aire!.
Iniciamos los cánticos aprendidos durante el adiestramiento, nos dió ánimos y nos exhortó a hacer bien las cosas, aclarándonos que no pasaba nada cuando ésta actividad se desarrollaba con valor y audacia, pero sobre todo, cuando se tenía la firme voluntad de vencer al que era nuestro peor enemigo en esos momentos...el temor.
De pronto, escuché la orden de ¡levantarse!; en ese momento sentí una sensación indescriptible, pasando por mi mente muchas imágenes a gran velocidad...y elevé una oración al creador.
Observé los rostros de mis compañeros de salto, todos mostraban el mismo temor; la voz del maestro, me ubicó nuevamente en la realidad cuando ordenó...¡enganchar!...¡revisar cinta estática!, ¡revisar equipo!, ¡novedades!; preguntando posteriormente si todos estábamos bien, ordenando a su ayudante que checara el número de "candados" y otros detalles.
Después de esto, procedió a preguntar si todos saltaríamos, contestando afirmativamente, a lo que él respondió...¡que tengan un buen salto! y ¡las alas están abajo!, a lo que respondimos...¡vamos por ellas!.
Repentinamente el maestro dijo...¡salto de toque a la puerta!; al escuchar esto, nos paralizamos momentáneamente, pero ya no había tiempo de arrepentirse, ya que inmediatamente se escuchó la voz de...¡fuera!, y empezamos a avanzar uno detrás de otro con destino a la puerta, y...¡a enfrentar el vacío!.
Cuento un ciento, dos cientos, tres cientos, cuatro cientos y checo mi copa, volteo a todas direcciones y me envuelve un silencio nunca antes experimentado, el avión se ha alejado, y nos deja engrentándonos a la realidad; rápidamente dí un repaso a lo que los instructores me habían enseñado durante el entrenamiento en la fase de arneses, el descenso fue muy rápido, no mas de un minuto desde que abandoné el avión, y hasta hacer la caída; recuerdo que empecé mi descenso rápidamente, sentía que el suelo se aproximaba a mi y no yo a él; preparé mi caida, piernas rígidas y ligeramente flexionadas; rodillas juntas; tomé mis tirantes de suspensión con ambas manos y así me sorprendío el suelo; estaba muy contento ¡todo había salido sin novedad!; había saltado en paracaidas de un avión militar en vuelo a 1500 pies de altura; ¡lo había hecho!, se cumplía aquel lema tentas veces repetido...¡NOSOTROS SI PODEMOS!; volteé al cielo y vi que muchos de mis compañeros descendían vertiginosamente, recogí mi material y feliz, emprendía la marcha al paso veloz hacia el punto que previamente nos había sido señalado.
Ya en el lugar de reunión, todos comentábamos aquella maravillosa experiencia:
¡Yo salí bien!; ¡yo con straimer!; ... yo tenía mucho miedo en el avión; mil comentarios más se escuchaban, mas todos con gran emoción, pero más aún, con aquella seguridad y confianza que permite un excelente adiestramiento; entonces pude darme cuenta que aquel agotador paso veloz por las mañanas, no fue un esfuerzo en vano, ya que se requieren piernas duras, temple de acero y...espíritu de águila.
Pero faltaban aún cuatro saltos más, cuatro experiencias diferentes; cuatro retos más por enfrentar; pero después de la primera prueba, mi valor se agigantó, hay más firmeza, conocimientos y voluntad de cumplir con esta etapa de mi preparación formativa en el Ejército Mexicano; y creo, sin temor a equivocarme, que esa experiencia fue...como estar cerca de Dios.
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